Leo a Perec. Leo a Perec estos días y recuerdo como si hubieran sucedido hace muchos años todas las palabras e historias que quedaron sin terminar en el anterior cuaderno: la última carta del tío Jules, el relato de Kumiko sobre las montañas de Uruguay, el viaje en tren a una ciudad nevada del sur de Alemania, el museo de los dinosaurios y la comparación que uno de los personajes iba a hacer entre los puentes de Lisboa y el sueño de las bestias, el doctor Lobo viajando en coche hacia el Sur, Ada haciendo una llamada telefónica nocturna para decir que estaba embarazada, Sayako decidiendo caminar sobre la nieve hasta desfallecer, un relato feliz en la isla de Giglio, el viaje a Nueva York y la última palabra con la que iba a terminar ese cuaderno que una noche decidí titular Ya no estamos aquí: desconocida.
Desconocida. Leo a Perec, confundo sus recuerdos con los que yo nunca tuve y copio en mi cuaderno una frase de la página 59 que algún día enviaré por carta a una dirección de una ciudad del norte:
... no escribo para decir que no diré nada, no escribo para decir que no tengo nada que decir. Escribo: escribo porque hemos vivido juntos, porque he sido uno entre ellos, sombra entre sus sombras, cuerpo junto a sus cuerpos; escribo porque ellos han dejado en mí su marca indeleble y porque su rastro es la escritura: su recuerdo ha muerto en la escritura; la escritura es el recuerdo de su muerte y la afirmación de mi vida.
Georges Perec, W o el recuerdo de la infancia.